El olivo (olivera) es uno de mis de mis árboles favoritos, hay días que incluso es el que más me gusta; me agradan especialmente los de mucha edad, los de troncos sinuosos.
Me atrae mirar a través de ellos, literalmente. Por ejemplo, esta primavera, como muestro en la foto, lo he hecho a través de Lo Parot; este es un tremendo olivo que se encuentra en Horta de Sant Joan (Terra Alta, Tarragona, cerca del Matarraña), no he observado nada especial al asomarme a su ventana, pero me encanta mirar por ella, cuando lo hago me imagino cosas, me hago preguntas, me concientizo del montón de tiempo que lleva arraizado en este lugar, siento su lejanísimo pasado y su futuro incalculable; me apabulla intentar conjeturar sobre la enorme cantidad de olivas que ha ofrecido ¿cuántos dueños habrá tenido? ¿cuánto regocijo habrá dado? ¿cuánto habrán calentado sus podas? ¿cuánto alimento habrá otorgado? ¿quién lo plantaría? Algunos dicen que vive en Horta dede siempre, también aseguran que es el padre de todos los olivos, lo que es seguro es que este árbol ya estaba dando su fruto varios siglos antes de que existiese Aragón o Cataluña, él ya estaba allí, entregando su producto, sin importarle un pepino si aquellas tierras tenían emperador, cesar, rey, reina, obispo o general, incluso, cabe la posibilidad que sobre su copa, una noche despejada de invierno, pasase aquella estrella que se dirigía a Belén.
Me estremece pensar que él seguirá dando olivas después de que todos los habitantes del mundo, todos, hayan cambiado varias veces. Puestos a imaginar, incluso, puedo ver a una familia desayunando tostadas regadas con su aceite en alguna casa de una urbanización lunar creada por una nieta o bisnieto de Elon Musk. Indudablemente, si ninguna hecatombe acaba con él, seguirá en su sitio por muchos años más, mostrando sus alargadas olivas y su ventana para el que quiera asomarse a ella.