La conozco desde que salió a la luz, y hoy ha vuelto a aparecer, una vez más, casualmente, en una selección de Chansons de la cual estaba disfrutando. Sin avisar. Hoy me ha hecho llorar como en muchas otras ocasiones en estos últimos años. Esos lloriqueos incontrolables creo que no son causados, aunque algo tengan que ver, o no sólo, por la calidad de la música, sino, más bien, con mi edad cumplida.
Es posible que sea la más grande de Aznavour. Es una canción perfecta, con una melodía sublime y una letra impresionante. En sus primeras frases nos pone en contexto. Trata de un señor mayor que habla del pasado: “Yo os hablo de un tiempo que los menores de veinte años no pueden conocer”. Seguidamente, recuerda su experiencia en aquel Montmartre que vivió de joven como pintor sin éxito. A los años, regresa a su antigua dirección y ya no reconoce nada de aquello, nada del barrio donde vivió, y es consciente de que el ocaso está a la vuelta de la esquina. No sé quién aportó más a este texto, si Aznavour o Plante (Jacques Plante era un letrista que escribió, con gran éxito, para un sinfín de cantantes como Édith Piaff, Richard Anthony, Christophe, Dalila, Mireille Mathieu o Gloria Laso y, claro, también Aznavour). Es una letra impresionante. En pocas palabras te cuenta toda una vida, el transcurso del tiempo, la felicidad perdida, la juventud pasada e irrecuperable que ya sólo vive en los recuerdos; pero, incluso siendo esta una letra sobresaliente, creo que sin la música que le acompaña, sin esa exquisita melodía, no sería, sin duda alguna, mi canción de hoy. Pienso que una buena letra no es suficiente para que una canción sea suprema. Para que una canción me llegue hasta lo más profundo, ha de tener una melodía digna y una armonía acorde con esta, y, después, en todo caso, un texto aceptable; pero lo de la letra no es, para mí, lo más importante, aunque cuando las dos cosas se aúnan, ese maridaje me pone mucho; y, entonces, gana más puntos para optar a ser mi canción del día, por ser una canción gigante.
La importancia de la melodía. Hay muchas canciones cuyos textos son excelentes, pero sus melodías son mediocres, y eso las aparta de mi atención, por lo que jamás podrán ser mis favoritas ni un solo momento, no puedo enamorarme de ellas.
Hay muchos compositores admirados por sus textos, pero cuando hablamos de música, y hablamos de eso, me refiero a las notas sobre un pentagrama. Y la letra está fuera de él. La literatura en una partitura está al margen, fuera del pentagrama. La música es lo que hay dentro, y eso es lo que me enamora, todas esas notas que bailan dentro de la partitura. Un buen tema tiene que sujetarse sin ayudas, sólo con su melodía y armonía. Lo demás es un complemento, algo que concreta, que hace visible, comprensible, una idea. La Bohème es una canción que, aun teniendo esa letra tan bella, es admirable interpretada solo a piano. Sin texto.
Podéis hacer una prueba para que entendáis mi planteamiento. Este experimento sólo se puede poner en práctica si os gusta de verdad esta canción. Aznavour era políglota y se aprovechaba de ello para cantar en distintos idiomas. Buscar una versión de la canción en un idioma que no conozcáis. Si os sigue gustando, es debido a su música y no a su letra. A eso me refiero. Por este motivo no puedo enamorarme de una canción sólo porque su texto sea soberbio. Si la música que le acompaña es mediocre, para mí pierde todo interés. El no lograr encontrar la melodía apropiada que acompañe de forma digna un excelente texto me parece muy triste. Hay muchos casos en los que tanto el letrista como el músico saben de sus carencias, en los que excelentes letristas han buscado músicos adecuados para que las embellezcan con lindas melodías y armonías, o músicos que hacen lo propio con letristas; por ejemplo, el mismo Plante o los hermanos Gershwin, o incluso Elton John.
Está claro que es complicadísimo compaginar texto y música y que ambos sean excelentes. En La Bohème, pienso que esto sí se da.