Cuando empiezas no sabes dónde te encuentras, pero sin remedio empiezas a caminar, no te planteas lo largo o corto que es el camino, ni si tiene alguna meta, quizá es infinito, no piensas en ello, por mucho que andas no te cansas, en todo caso sólo adviertes que vas desgastando suelas de zapatos.
Durante el recorrido vas encontrándote todo tipo de lugares y personas, estas personas, en su mayoría, son gente que olvidas, hay otras que recuerdas, entre estas últimas las hay honestas y farsantes como el zorro y el gato que intentaban aprovecharse del niño de palo de pino, al igual que le pasó a él, estos, en ocasiones, son difíciles de identificar, cuando los ves sin careta suelen dejar alguna marca en ti, normalmente leve, y aprendes y sigues caminando. De los honestos aprendes cosas, una es a ser honesto contigo, también aprendes a valorar las cosas honestas, estos además te acompañan, incluso cuando no están.
Sigues caminando y un días te enteras de que este camino tiene final, éste está en un paraje de contorno gris, cuando lo divisas te despides, te quitas los zapatos y entras, es la orilla del mundo.
“Se fue tornando púrpura su paso, un camino inexplorado. Él no lo advirtió.
Llovió sobre su frente y sediento Consumió el agua del tiempo. Él no lo advirtió.
Anduvo 20 años sin saberlo, sin dolerse, la mirada rota, sin ver el color de la distancia que se hizo familiar como las piedras, que hirieron su carne, como el polvo del camino aquel que aún después de haber andado convirtiose en un sendero árido y cruel, no pudo más y exánime rodó sobre la arena, casi delirante, como alucinado divisó el gris contorno de un paraje, era la orilla del mundo en la que jamás pudo reposar”
Esta preciosa canción que me ha inspirado esta reflexión, la escribió Martín Rojas y la cantó Pablo Milanés, la letra es fabulosa, su música me parece genial. Hay una versión de Rubalcaba y HHaden preciosa.
“Mi deseo es que te explores a ti mismo y encuentres una maravillosa visión de la vida durante tu vida”, Yayoi Kusama.