UNA MANO MISTERIOSA EN FÓRNOLES

 


    Esta historia me la contó Francisco Boix el 16 de enero de 2019, mientras compartíamos unos chorizos en la hoguera de las fiestas de San Antón de la Fresneda. La cosa, aparte de algún pequeño aderezo por mi parte, me la relató, más o menos, así.

En Fórnoles, como en muchos otros pueblos del Matarraña, se puede ver alguna puerta de madera de espesor notable que se cierra por fuera. Tanto estas como las demás que se pueden encontrar en alguno de los pueblos matarrañenses se atrancan por fuera para que el que se encuentre dentro no pueda salir. En su día, fueron cárceles, mazmorras construidas en el siglo XVI. Después de un largo periodo sin uso, algunas se reaprovecharon durante la Guerra Civil para aprisionar de forma segura a gente del otro bando; bueno, también alguna vez se han utilizado para gastar la típica broma de encerrar a alguien por unos segundos en ellas y, después de una risas, soltarle; pero, aquel día de finales de los ochenta, hubo uno que se pasó de frenada gastando la broma del encierro; de hecho, yo, no pienso que aquello fuese una broma.

Un sábado largo de 1988, Rafael, volviendo solo a su casa, ya con el domingo iluminado, vio una de esas puertas abierta y decidió entrar para hacer un pipí; se bajó la cremallera, y ahí estaba, cochineando, cuando a su espalda oyó el correr del metálico cerrojo; una misteriosa mano había echado el grueso pasador (nunca se ha sabido a quién pertenecía aquella mano). Imposible salir. 

Santiago recordó que meses atrás, en un pleno del Ayuntamiento, se había resuelto que los fines de semana aquella puerta tenía que permanecer de par en par para facilitar la entrada a los turistas, que aunque en aquellos años no eran muchos, casi todos los que se acercaban a la comarca incluían en sus agendas la visita a esas antiguas cárceles. La cuestión es que recordando lo acordado en aquel pleno, Santiago decidió dejar la puerta bien abierta para invitar a pasar a quién quisiese curiosear. Eran más de las siete de la tarde, cuando Rafael pudo escapar de su encierro. Durante todo el día nadie oyó la desesperación de Rafael. Hay que saber que estas paredes de gruesa piedra dificultan mucho la expansión acústica de interior a exterior y, a su vez, por lógica y ciencia, de exterior a interior de la celda (señalo, sobre todo para los más jóvenes, que en ocasiones piensan que muchas cosas están aquí desde siempre, que en aquellos años no existían los móviles; además, dudo que esas gruesas paredes piédricas inviten a pasar ningún tipo de huella satelital). 

Me pone los pelos de punta imaginar que habría sido de Rafael si nadie hubiese abierto aquella puerta hasta el siguiente viernes por la tarde, que es cuando se volvería a abrir aquella celda para el turisteo del fin de semana. Si Santiago no hubiese velado por la normativa municipal, posiblemente, la historia de Rafael, en lugar de ser una anécdota casi olvidada, se hubiese convertido en una tragedia inolvidable. Desde aquel hecho, aquel mozo, que hoy se encuentra a tan solo tres años de su jubilación, es conocido, entre sus amigos de quinta, que se tomaron lo hechos a guasa, como Rafael el Tencat

Todas estas cárceles se pueden visitar. La verdad es que, la mayoría, no son gran cosa en cuanto a su belleza arquitectónica, pero tienen sus episodios documentados y leyendas de interés histórico; además, el acercarse a verlas es una estupenda excusa para pasear por los pueblos donde se ubican; que esos sí, son todos ellos, sin excepción ni exageración, de tremenda belleza.

Cuando entré por primera vez en mi vivienda, aquí en el Matarraña, me fijé que dos de las puertas que daban a habitaciones tenían unas curiosas marcas, unos agujeros que me llevaron a la conclusión (elemental, querido Watson) de que estas habían tenido cerrojos que cerraban por fuera. La imaginación se me disparó, me invadió cierto desasosiego; quizá alguien donde ahora me encuentro escribiendo estas líneas recibió el castigo de una mano cruel y, quién sabe, si el dueño o dueña de esta mano, es la misma persona que, en su día, encerró a Rafael el Tencat en aquella mazmorra; quién sabe si aquella mente canalla vivió anteriormente en mi casa. Esta misma tarde, me acerco a Falgàs y me compro bombines nuevos para las cerraduras de la puerta de entrada y el garaje, no vaya a ser que aquel inquilino aun conserve llaves de mi hogar.

   Agradezco esta oportunidad que se me ha dado en el periódico La Comarca para compartir estos relatos y, espero que el que los lea y en un paseo reconozca alguno de esos rincones que daré a conocer en las 19 historias, disfrute de la misma manera que yo lo he hecho al descubrirlos. Veo claramente en esto un aliciente más, al ya de por sí fantástico paisaje de los pueblos del Matarraña y su entorno campestre, para acercarse a la zona. El Matarraña es un lugar en el cual es más fácil ser feliz.