Decidí quedarme a dormir en Cal Candi. Después de un buen desayuno, monté en mi bici y me fui al pantano de la Baells. Ahí es donde conocí a Carme. Ella estaba sentada, tomando el sol y contemplando el paisaje y, posiblemente, también pendiente de lo que sucedía en la orilla y dentro de las aguas; en este caso, el movimiento de los pescadores y el ir y venir de unos kayacs. Me acomodé a su lado y me sonrió. Entablamos conversación. Me contó un buen puñado de cosas de las que he tomado buena nota para mejorar mi vida, pero quiero destacar ésta, de la cual pienso que muchos deberíamos aprender o, cuanto menos, reflexionar sobre el asunto.
Empezó diciéndome algo así como: A mí me interesa mucho el hombre como ser perteneciente al género humano. No hablo del macho. Me gusta mucho pensar sobre el paso del hombre y la mujer por la historia. He invertido bastantes ratos en analizar sus circunstancias según edades.. Ya sé que cada persona es un mundo, al igual que lo es cada hogar, pero en un sentido amplio y general, hay mucho que coincide; y me he dedicado, sobre todo últimamente, a pensar qué se podría mejorar en cada etapa de nuestras vidas, desde el primer llanto hasta el último suspiro, siempre que tengas la oportunidad de vivir lo suficiente para que este último suspiro sea en la vejez.
Sobre la fase que más he cavilado, hasta ahora, ha sido la primera, la niñez, quizá por la llegada de los nietos. De entrada, pienso que el ser humano es muy grande, que cualquier momento de su paso por este mundo puede ser formidable, pero he llegado a la conclusión de que llevamos muchos años equivocándonos en algo que, opino, podríamos mejorar escuchando o, incluso, simplemente recordando. Eso nos haría mejores y, sobre todo, haría más felices a los que nos han tocado en suerte, y también a nosotros mismos. Como te he dicho, he reflexionado sobre todas las edades del hombre, pero, sobre todo, lo he hecho acerca de la primera edad, y mucho sobre las normas que tienen que seguir los infantes en casa, sobre el orden que nos impusieron e imponen los padres. El paso de los años me ha hecho recapacitar. Ahora pienso que las reglas con las que obligué a mis hijos, y más aún a mis hijas, no eran del todo justas. Después de los años, y viendo las cosas con perspectiva, actuaría de otra forma. Serían algunas de mis maneras, ciertamente, mucho más cercanas al trato que tengo ahora con mis nietos. Está claro que esos pequeños nos dan una segunda oportunidad que podemos aprovechar para progresar. Por eso, creo que acertamos más ahora con los hijos de nuestros hijos que lo que hicimos con los propios, aunque sus padres piensen que los estamos mimando. Lo que intento decirte es que, a la hora de poner normas, no tuvimos, no se tiene demasiado en cuenta lo que piensan los afectados, e imponemos nuestros criterios según nuestros logros y, por desgracia, también según nuestros fracasos, sin tener en cuenta que cada individuo somos un mundo, un universo; y eso, el no ser conscientes de eso, hace que implantemos varias resoluciones faltas de lógica. Sospecho que sería más justo escuchar algo más a los afectados. Creo que, en muchas cosas, nos hemos, nos equivocamos en la manera de ordenarles la vida a nuestros hijos cuando son pequeños, y los padres tendrían que ser un poco más abuelos, y escuchar sus sentimientos antes de imponer; en todo caso, hacer un esfuerzo en recordar nuestros sufrimientos infantiles antes de repetir, de instaurar, alguna de esas leyes de obligado cumplimiento que te dolieron cuando eras niño y, en mi caso, desde la visión de niña, más. Nunca entendí por qué, aparte de las de obligado cumplimiento para todos los hermanos, que muchas eran un sinsentido, había otras especiales para mí (era la única niña de casa, los otros tres eran niños). Por ejemplo, ¿por qué ellos no tenían que recoger la mesa ni fregar los platos, o podían llegar más tarde a casa y otras cosas más que, aunque pareciesen más livianas, en ocasiones, eran muy amargas? Esas de más que no son tan evidentes, que son distintas, quizá más sutiles, casi inapreciables algunas, ciertamente más delgadas pero también muy dolorosas, aún, desgraciadamente, en muchos hogares, se resisten a desaparecer.